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El mundo

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lunes, 19 de octubre de 2009

LA TABA

El mundo de los juegos tradicionales guarda con todo celo muchos secretos. Trataremos de brindar una respuesta con respecto al origen de estos juegos y lo oculto de los mismos.
El más primitivo de ellos posiblemente sea la taba, un huesecillo que se lanza al aire y que, según caiga sobre una de sus posturas probables, indica una solución.
Lo curioso de este juego, en el que se obtiene la victoria por puro azar, es que los participantes suelen adjudicar el mérito del triunfo a aquél a quien la casualidad suele adjudicárselo más a menudo. Con ello, a los ojos de sus vecinos, se convierte en una especie de figura chamánica a la que se atribuyen poderes mágicos cuya naturaleza suelen mantener en secreto los que imaginan conocerla, apostando por él y convencidos de que habrá de traerles la suerte.
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La evolución de la taba nos lleva a la figura, igualmente fortuita, del dado, que es la representación de la piedra cúbica y simboliza a la Tierra como la esfera personifica el Universo. Cada lado está numerado con puntos y el que queda arriba al caer es el que marca el avance de las fichas, por un camino que debe conducirle a una meta, señalándole tanto la velocidad de su avance como las posibilidades de cruzarse con otro jugador, con las consecuencias que pueden derivarse de tal encuentro. En cualquier caso, los dados suponen la pura exaltación del azar, porque se trata de alcanzar la cifra más alta de una sola tirada.
También entonces suele darse una importancia chamánica al jugador, como presunto poseedor de poderes que, a menudo mediante determinados ritos, le permiten dirigir mágicamente la posición final de los cubos.
En general -el de la Oca es una excepción- los juegos llamados de tablero plantean una rivalidad, de modo que cada uno pugna por alcanzar una meta, en general un Centro ideal donde llega supuestamente al punto de encuentro del Cielo con la Tierra –y al mismo tiempo al acceso a la Revelación de lo desconocido-, mientras lucha contra los demás jugadores para que no se apoderen del territorio sagrado.
La estructura en espiral del territorio del Juego de la Oca y otros juegos paralelos o nacidos a su socaire tienen, a su vez, un precedente ritual y simbólico que ya aparece en las culturas megalíticas. Más adelante adquiere su pleno desarrollo desde la época romana hasta los jardines esotéricos del Barroco, con especial expresión ceremonial en aquellas formas laberínticas que formaron parte de la decoración de las grandes catedrales del gótico,entre las que el laberinto de Chartres ha adquirido una especial importancia, por ser uno de los escasos ejemplares que se han librado de la iconoclastia eclesiástica hacia toda muestra de esoterismo en sus estructuras. Desde los de Mogor hasta los de los jardines de Versalles o La Granja, los laberintos y los enigmas que plantean han constituido una forma especial de enseñanza, oculta en sus inicios, mundana en los tiempos de decadencia cultural de los valores tradicionales. Y esa forma primaria e inmediata de iniciación sigue creando una suerte de ambiente propicio para que los juegos llamen la atención sobre su posible significado oculto y sobre su trascendencia y sus formas de expresión lúdica.

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